Vivimos en un mundo que se mueve muy rápido. Los expertos dicen que se trata de un entorno volátil, incierto, complejo y ambiguo, el famoso mundo VUCA, por las siglas de estas características en inglés.
En otra ocasión, contábamos que el 40% de los CEO creen que sus empresas no serán viables en una década si no cambian de rumbo a tiempo.
Ante tal panorama, no nos queda más remedio que desarrollar nuestra agilidad para adaptarnos. Y esto nos afecta a todos, tanto a los individuos como a empresas o las instituciones. Sin embargo, no siempre es fácil.
Según el estudio ‘The Business Agility Report’, elaborado por Business Agility Institute, apenas el 30% de las organizaciones a nivel mundial dicen tener una alta tasa de madurez en agilidad empresarial.
Los datos no son para echar las campanas al vuelo, aunque también tienen una lectura positiva, puesto que es un 7% más que un año antes.
Metodologías para impulsar la agilidad
Esta evolución se debe a la paulatina adopción de metodologías ágiles por parte de muchas empresas en los últimos años.
Según Alejandro de Zunzunegui, autor del libro Gestión de proyectos en agile, las metodologías ágiles se basan en un enfoque iterativo e incremental, enfatizando la división del proyecto y su evolución en iteraciones o incrementos más pequeños, lo que permite comentarios y ajustes frecuentes. Este enfoque ayuda a una entrega temprana y continua de valor, fomentando la adaptabilidad y la flexibilidad.
Además, estas metodologías priorizan la colaboración con el cliente a lo largo del ciclo de vida del proyecto. Esto permite que los equipos obtengan información valiosa de los clientes o usuarios finales en el proceso de desarrollo, refinando los requisitos y garantizando que el producto final cumpla las expectativas del cliente.
Otro aspecto importante es que Agile promueve la formación de equipos transversales y multifuncionales, conformados por personas con diversas habilidades y experiencia que trabajan en diferentes áreas de la organización.
Dichos equipos trabajan en colaboración compartiendo conocimientos y responsabilidades, lo que conduce a una mejor resolución de problemas, una mayor innovación y un enfoque más holístico para la entrega de proyectos.
Estas metodologías ágiles permiten a los equipos autorganizarse, dándoles la posibilidad de determinar la mejor manera de lograr sus objetivos. Dicha autonomía fomenta la creatividad, la responsabilidad y la propiedad, promueve un sentido de responsabilidad compartida y genera motivación dentro del equipo.
Asimismo, promueven una cultura de mejora continua, donde los equipos reflexionan regularmente sobre sus procesos, desempeño y resultados. Al aceptar la retroalimentación y hacer ajustes iterativos, los equipos pueden mejorar su eficiencia, calidad y entrega a lo largo del tiempo.
Igualmente, las metodologías ágiles suelen adoptar técnicas de timeboxing, como iteraciones o sprints de duración fija. Esto crea una sensación de urgencia, enfoque y previsibilidad, a la par que facilita un ritmo de entrega, promueve ciclos de retroalimentación más rápidos y ayuda a administrar las expectativas.
Entrega de valor a los clientes
Otro elemento importante de las metodologías ágiles es que priorizan la entrega de valor a los clientes de manera temprana y frecuente. Como se centran en la entrega incremental de funciones o incrementos utilizables y funcionales, los equipos pueden validar suposiciones, recopilar comentarios y garantizar que la funcionalidad más valiosa se entregue primero.
Además, estas metodologías alientan a los equipos a adoptar el cambio como una parte natural del ciclo de vida del proyecto. Esto se traduce en una reevaluación periódica de las prioridades, flexibilidad en los requisitos y la planificación adaptable para adaptarse con agilidad a las necesidades cambiantes y la dinámica del mercado.
En estas metodologías enfocadas en la agilidad también es fundamental la comunicación, con transparencia y diálogo abierto entre los miembros del equipo, las partes interesadas y los clientes, fomentado así la confianza y facilitando una mejor toma de decisiones al asegurar que todos estén alineados con los objetivos y el progreso del proyecto.
Y para que todo funcione a la perfección y que se traduzca en una mayor agilidad de nuestra organización, es fundamental llevar a cabo un control de procesos empírico, en el que las decisiones se basen en resultados y datos observados en lugar de seguir planes rígidos.
Auge de la metodología Scrum
Scrum es una de las metodologías ágiles que está adquiriendo más popularidad en los últimos años. Según el ‘16th State of Agile Report’, de Digital.ai, 8 de cada 10 organizaciones que aplican este tipo de metodologías están utilizado Scrum.
“Se define como un marco ligero que ayuda a las personas, equipos y organizaciones a generar valor a través de soluciones adaptables para problemas complejos. Eso no quiere decir que su aplicación sea simple. Tradicionalmente, se ha comparado a Scrum con el ajedrez, donde unas reglas sencillas dan lugar a un juego con muchas variantes complejas basado en pilares como la transparencia, la inspección o revisión y la adaptación al cambio”, afirma Alonso Álvarez, lead expert en Agile de BTS.
De este modo, Scrum se basa en un trabajo colaborativo y en equipo, promoviendo un marco ágil que ayuda a solventar problemas complejos a través de buenas prácticas para obtener los mejores resultados.
Esta metodología ayuda a reducir riesgos e incertidumbre, ya que divide la actividad en unidades más pequeñas. Además, esto fomenta recibir feedback temprano del cliente, acelera los resultados y fomenta la mejora continua, lo que se traduce en una mayor agilidad.
Por eso, se trata de una forma de trabajo muy habitual en equipos de TI o servicios profesionales, donde la agilidad es determinante para no quedarse fuera del mercado.