
2023 ha sido un año en el que las economías han tenido que hacer frente a grandes desafíos como las presiones inflacionistas, el endurecimiento de las políticas monetarias a nivel global, tensiones en el sector bancario norteamericano o las incertidumbres relativas a los conflictos geopolíticos abiertos, no sólo en Ucrania o Gaza, sino también la guerra fría entre China y los EEUU.
Tras este periodo de fuertes turbulencias, los inversores encaran 2024 con ciertas dudas, pero manteniendo una gran expectación por conocer si los activos financieros van a ser capaces de repetir el excelente 2023 en lo relativo a los retornos.
¿Dónde brillarán este año las oportunidades de inversión? ¿Por qué los expertos señalan que la situación actual sigue siendo atractiva para el inversor? ¿Cómo debo diversificar mis inversiones? ¿Siguen siendo una buena opción los activos de renta fija?
Y es que, aunque la respuesta a estas preguntas no se basa en una ciencia exacta, a continuación, desgrano los principales indicadores clave a considerar para encarar este recién estrenado año.
Riesgo de ligeras recesiones
En primer lugar, es importante tener en cuenta que, a nivel macroeconómico, desde Caja Ingenieros estimamos una desaceleración paulatina del crecimiento económico mundial. En este sentido, es importante contemplar el riesgo de incurrir en ligeras recesiones a partir de la segunda mitad de 2024, una vez los vientos de cola, como las políticas fiscales expansivas, la fortaleza del mercado laboral o los excesos de ahorro privado, vayan desapareciendo y, sobre todo, el impacto en la magnitud de las fuertes restricciones monetarias alcance su cenit en la economía real.
No obstante, a raíz, precisamente de esta desaceleración macroeconómica, deberíamos continuar observando normalizaciones, tanto en los niveles de inflación y, como consecuencia, en las políticas monetarias, las cuales probablemente se encuentren justo en el punto de inflexión e inicien un periodo de flexibilización a medida que avancen los primeros meses del año.
Dicho esto, por el momento, descartaríamos una vuelta a períodos de baja inflación y bajos tipos de interés, dado que existen elementos distorsionadores que presionan las inflaciones como, por ejemplo, la transición energética, o la reversión parcial de la globalización a través del acercamiento de las cadenas de aprovisionamiento hacia localidades más cercanas.
Por ello, a nivel macroeconómico, todo apunta a que los riesgos al alza y a la baja estarían relativamente bien balanceados, por lo cual y, dejando de lado el ruido geopolítico, a priori, se podría vislumbrar un año moderadamente positivo en cuanto a retornos de los principales activos financieros.
La renta fija con buenas perspectivas
En este contexto y dado el enorme apetito por activos del mercado monetario durante todo el 2023, consideramos que, a medida que los rendimientos de dichos activos se vayan reduciendo, los inversores deberían ir paulatinamente migrando hacia otros activos financieros de forma oportunista.
Uno de los activos con mejores perspectivas ajustadas al riesgo debería volver a ser los activos de renta fija, tanto deuda pública como deuda corporativa. A pesar del buen comportamiento de los últimos meses y de las fuertes expectativas del mercado en cuanto a reducción de tipos de interés por parte de los bancos centrales, consideramos que el punto de partida sigue siendo atractivo y los riesgos a la baja están limitados.
En el caso de la deuda corporativa, los sólidos fundamentales deberían mantener el aumento en las tasas de quiebra a rayo, lo que unido al devengo de cupón y el fuerte soporte de las curvas de tipos de interés, todo ello abogaría por seguir favoreciendo su posicionamiento dentro de las carteras de los inversores, especialmente a aquellos que busquen algo más de rendimiento y toleren una pizca más de riesgo, a pesar de existir unas valoraciones algo ajustadas.
En este escenario, deberíamos ser particularmente selectivos y tener cierta preferencia por los segmentos de más calidad, tanto en los bonos corporativos con grado de inversión como, sobre todo, con los bonos corporativos de alto rendimiento. De este modo, limitaremos los riesgos a la baja y mantendríamos cierta asimetría positiva con respecto a los retornos.
¿Y la renta variable?
Con respecto a los activos de renta variable, debemos tener en cuenta que, a pesar de los retornos positivos experimentados durante 2023, la evolución a cierre de año dibuja todavía rentabilidades planas desde 2022, y además destacando las fuertes dispersiones entre regiones, sectores, y compañías.
A nivel fundamental, si analizamos varios de los indicadores financieros clave, podríamos prever que la previsión futura sigue siendo de cierta continuación en el crecimiento de las ventas a pesar de la desaceleración en el crecimiento económico y los niveles de inflación, con unos márgenes relativamente estables, lo que nos llevaría a crecimientos de beneficios de medio dígito a nivel global.
Además, las valoraciones siguen siendo razonables a excepción de algún componente específico de mercado. Gracias a unos fundamentales extremadamente sólidos, unas políticas atractivas de remuneración a los accionistas y el punto de inflexión en los tipos de interés, los riesgos en este caso estarían sesgados al alza, siempre con permiso de la evolución macroeconómica.
Así pues, seríamos partidarios de aprovechar la volatilidad que puntualmente nos ofrece el mercado para seguir acumulando posiciones en acciones, tanto en Europa como especialmente en EEUU. No obstante, abogaríamos por seguir siendo selectivos y evitar compañías o sectores demasiado cíclicos, que no cuenten con balances robustos que permitan navegar por cualquier periodo convulso.
En consecuencia, mantendríamos preferencia por compañías de gran capitalización de calidad, con crecimientos razonables y poniendo especial atención en no sobrepagar por los negocios en términos de valoración.
Por último, en términos regionales y si no hay sorpresas negativas por el lado macroeconómico, EEUU debería mantener su liderazgo a nivel de índices gracias por un lado a la aceleración en sus beneficios y, por el otro, por el hecho que se trata de un mercado con menor riesgo que el europeo dada la idiosincrasia en su composición y a su menor dependencia de la evolución exterior.
Por su parte, Europa cotiza con valoraciones muy atractivas por lo que la clave será poder confirmar a medida que avance el año que no se produce un deterioro drástico en las perspectivas de sus beneficios futuros.
Por último, el gran interrogante seguirá siendo los mercados emergentes, los cuales mantienen todo su potencial intacto si bien siguen enfrentándose a problemas coyunturales como los desafíos internos y la falta de tracción en el crecimiento chino, los elevados tipos de interés, los bajos precios de las materias primas, la inestabilidad geopolítica o la fragilidad de sus instituciones.