Durante las últimas semanas, el emprendedor Pol Turró ha dedicado parte de su tiempo a recorrer establecimientos para presentar y firmar su libro ‘Escapa de las tinieblas’, una biografía cuya lectura recomienda el actor y humorista Carlos Latre.
Es justo que así sea porque el libro es un ir y venir de la sonrisa al estremecimiento, como la misma vida del autor que tira de la sinceridad y del humor algo negro para narrar su historia. ¿Cómo contar de otra manera que ha sobrevivido a tres intentos de suicidio sin hundir la moral del lector?
Pol Turró nace en Barcelona en 1992 en el seno de una familia de clase media cuyos integrantes han cosechado, cada uno en su ámbito, cierto éxito profesional. El sueño de Turró hijo era multiplicar por 10 o por 100 lo que ellos habían conseguido y nada mejor para conseguirlo que hacerse emprendedor, sin saber aún qué montar.
El ansia por crear su propia empresa y ganar dinero rápido le lleva a dejar los estudios al año de haberse matriculado en la Escuela de Negocios Esade. “Pronto me di cuenta de que tanto derecho romano y tanta matemática compleja me iban a servir de poco para crear un negocio”, dice.
Así que, más que pisar las aulas, el poco tiempo que permanece matriculado en la escuela lo pasa en la biblioteca consultando libros relacionados con el mundo de la empresa y biografías de grandes líderes emprendedores, entre otras, la de Silvio Berlusconi, uno de sus ídolos de adolescencia.
En cuanto a la incógnita del ‘qué montar’, la despejaría en un viaje a Ibiza junto con su amigo y luego socio Guillermo Ontiveros, ingeniero de formación y, en este caso, sí, con los estudios finalizados. No es que el viaje a Ibiza descubriese a Turró el mundo del sushi, que la afición por este plato japonés le venía de lejos gracias a los gustos culinarios de la madre. Lo que sí le reveló la visita a la isla fue la tremenda inclinación por el consumo de esta gastronomía y la oportunidad de negocio.
Ya de vuelta en Barcelona, ambos amigos hacen un pequeño estudio de mercado en la zona y comprueban que no hay prácticamente nada. Problema resuelto: montarían un pequeño negocio de elaboración de sushi con reparto a domicilio. Para transmitir la idea del delivery, a Turró se le ocurre añadir al prefijo ‘tele’ la palabra maki, que es como se dice ‘rollo’ en japonés. Nace así Telemaki, algo parecido a Telepizza, pero con sushi.
La cima
Telemaki se constituye como empresa en 2012, con Ontiveros como CEO y Turró, entonces, con 20 años y más extrovertido, al frente de las operaciones de negocio y la cocina. Él fue quien diseñó la carta y el producto que se demostró excelente. Para arrancarlo, los socios alquilan un pequeño local de menos de 40 metros cuadrados en Esplugues de Llobregat, sin barra ni nada porque se trataba únicamente de utilizarlo como espacio para elaborar el sushi y repartirlo.
En 2013 Telemaki empieza a operar con los dos socios, una chica atendiendo los pedidos telefónicos, un chef de sushi profesional y otro amigo que tiene una moto para hacer las tareas de repartidor. Con estas pocas mimbres, el primer día que suben la persiana facturan 1.000 euros y al mes convierten en 30.000 euros.
La buena racha continúa y, convencidos de haber dado con la tecla adecuada, ocho meses después de haber inaugurado el primer local, deciden abrir un segundo, este también a las afueras de Barcelona, en Sant Feliu de Llobregat, y ya abierto al reparto a domicilio y a la atención presencial de clientes. A estos les seguirían un tercero, un cuarto y un quinto, en Gavà, Sabadell y Poblenou, respectivamente. Todos ellos establecimientos propios, salvo el último, explotado en régimen de franquicia.
Con toda esta infraestructura en marcha, Telemaki había conseguido reunir a un equipo cercano a las 80 personas y facturar 20 millones de euros.
El dinero de la locura
Pero entre medias de la progresión del negocio, estaban sucediendo cosas. A los 22 años, Pol Turró se despierta un día ingresado involuntariamente por sus padres en un psiquiátrico. Hacía tiempo que venía dando pruebas de comportamientos extraños, muchos de ellos derivados del consumo de drogas y alcohol. Estaba viviendo su sueño, manejaba más dinero que ningún otro de su entorno y lo quemaba a raudales.
Del ‘sueño americano’ le despertó el psiquiatra arrojándole a su peor pesadilla cuando le comunica el diagnóstico de trastorno bipolar. Esto explicaba sus cambios bruscos de ánimo, su habla acelerada, su impulsividad y sus manías, “pero que me dijesen aquello me sentó como el culo”. De allí salió a los 15 días, con el diagnóstico bajo el brazo y un tratamiento médico de por vida que, obviamente, no podría combinar con el consumo de estupefacientes ni otras sustancias tóxicas.
Muy convencido de que el diagnóstico era acertado no salió. Al poco tiempo, empezaba otra vez, con mayor virulencia quizás, a tirar de la tarjeta de crédito de Telemaki en una mala costumbre de mezclar las finanzas de la empresa con las personales. Vuelve a gastar dinero a tutiplén para satisfacer sus antojos, cada vez más estrafalarios y más tóxicos.
En uno de estos cuenta que se compró un gato de raza británica –hoy en posesión de su tía– por 1.000 euros y se lo llevó con él al W Barcelona, uno de los hoteles más caros de la ciudad condal, donde residió durante quince días consumiendo unos desayunos que costaban 45 euros.
A los seis meses del primer ingreso, Turró regresaba de nuevo al psiquiátrico con otra hospitalización de 15 días. “También allí las liaba”, dice. Lo que peor recuerda de aquellos días es el trato, más centrado en la ingesta de las pastillas que en aplicar alguna terapia integral.
Aún así le costaba reconocer y asumir la enfermedad hasta que a los 25 años protagoniza el episodio más extremo de su existencia al precipitarse desde un puente de Barcelona de 12 metros de altura. Estaba ya en lo más oscuro del pozo. Al primer intento de suicidio le sucedieron otros dos.

La escapada de las tinieblas
Durante todo este tiempo, Turró estuvo entrando y saliendo de la empresa, gestionada ahora más de cerca por Ontiveros. Las cosas ya no iban como al principio pero, aun así, en 2020, después de tres años de parón, anuncian la apertura de un sexto establecimiento, este en Barcelona, con una inversión aproximada de 200.000 euros, según publicaron algunos medios en su momento.
Esta iniciativa, a toro pasado, la juzga Torró como otro de los errores garrafales cometidos por la compañía porque el nuevo negocio ya no cuajó. Aunque actualmente continúa existiendo la marca Telemaki, los socios fundadores están fuera de la empresa después de presentar un concurso de acreedores voluntario en enero de 2023.
Durante este tiempo a Pol Turró le ha dado tiempo a escribir su libro del que, más que el dinero que le deja, agradece el feedback de la gente y a concebir un nuevo proyecto emprendedor, aunque este sin ánimo de lucro para evitar tentaciones. El proyecto lo ha bautizado con el nombre de Big Mental Change, con el que quiere transformar el mundo de la salud mental y hacer asequible los tratamientos a quienes la padecen.
La iniciativa está todavía en ciernes. “Lo estoy haciendo con mucha calma porque quiero asegurarme muy bien de las personas que quieren entrar en el equipo”. Es consciente también de que la ausencia del lucro no le libera de conseguir la rentabilidad de la organización. De empresa sabe, porque entre sombras y luces, ha aprendido de los errores y cuenta en su bagaje con un éxito emprendedor que logró mantener con vida durante 10 años y del que le queda un recuerdo agridulce, algo más amargo cuando piensa en las personas que confiaron en él.
Hoy, con 32 años, Turró tiene toda una vida por delante para enmendar errores. Dice encontrarse ya “rehabilitado, aunque no curado, pero me ha costado mucho”. ¿Significa esto que esté arrepentido de lo que hizo? “Eso sería como arrepentirme de haber nacido”.